El tío Whitman escribió “No dejes que termine el día sin haber crecido un poco, sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños”. El día de hoy estamos en los umbrales de escribir la tercera década de una continuidad de sueños que allá por el año 1978 un joven, Roberto Rodríguez González, iniciara con la apasionante aventura de ver en la naturaleza la obra del creador.
Es titánico el ejercicio de querer plasmar tantas emociones, aventuras, experiencias y tantas enseñanzas que se han vivido, las cuales tenemos como un tatuaje en el corazón, durante el recorrido de estos años del Escultismo en Potrero: han forjado nuestra identidad.
Somos los caballeros modernos que con mochila al hombro, brazos y rodillas bronceadas por el sol, recorremos los caminos, riendo y cantando, dormimos en tiendas de campaña o albergues improvisados, escalamos montañas, hacemos nudos, y en nuestros juegos nos encontramos con la alegría de saber el significado de la amistad; preparamos la comida a fuego lento y con el perfume de leña recién cortada y bajo nuestro uniforme pintoresco escondemos nuestra esencia: El Alma Scout. No somos scouts por el uniforme, sino ante todo por el alma.
El alma es lo que hace al scout, y una vez scout, scout siempre.¿Quién de ustedes se puede poner de pie y decirnos que durante su paso por este camino de sueños no hubo un día en que no hubieran aprendido un poco? ¿Qué no hubo un solo momento en que no hayan sido felices?
Hermanos scouts, ahora también llamados doctores, licenciados, maestros, padres, sacerdotes, ingenieros, arquitectos… esta es nuestra carta con atención a ustedes no en la que nos presentamos, sino en la que les decimos: ¡Aquí estamos! ¡Y estamos listos para servir!
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