Convivencia de Pentecostés

La Santa Madre Iglesia nos invitó como cada año a vivir en plenitud esta segunda fiesta más importante que celebra y que nosotros acogimos con gran júbilo, y más sabiendo que el lugar donde festejaríamos serian las aguas aplacibles de nuestro puerto. El apoyo de los padres fue por demás providencial para la logística de esta excursión. Conforme al programa; todos asistieron con mochila al hombro a la Eucaristía y una vez terminada y después de haber realizado nuestras oraciones generales partimos hacia nuestro destino. Una vez que tocamos arena hicimos la ceremonia de entrega de insignia de compromiso a Karen (Tropera), Gisell, Reyna (Manada) y Raksha (Subjefe de Manada). Se nos concedió la gracia de poder disfrutar de un maravilloso día que aprovechamos a plenitud para permanecer en la playa, ir a las albercas y toboganes donde los padres dieron muestra clara de su enorme capacidad de poder divertirse como lobatos y para finalizar el día no podría ser mejor que disfrutar del ocaso en una paseo tranquilo por el malecón.

Rezando en las catacumbas de San Sebastián, en 1544; vísperas de Pentecostés, San Felipe Neri (El Apóstol de Roma) pidió los dones del Espíritu Santo. En el transcurso de la noche vio venir del cielo un globo de fuego que penetró en su boca y se dilató en su pecho. El santo se sintió poseído por un amor de Dios tan enorme, que parecía ahogarle; cayó al suelo, corno derribado y exclamó con acento de dolor: ¡Basta, Señor, basta! ¡No puedo soportarlo más!. Cuando recuperó plenamente la conciencia, descubrió que su pecho estaba hinchado, teniendo un bulto del tamaño de un puño; pero jamás le causó dolor alguno. Tras su muerte, la autopsia del cadáver del santo reveló que tenía dos costillas rotas y que éstas se habían arqueado para dejar más sitio al corazón.

Y el viento llamó a la puerta de la casa,
entró como un rayo en toda la estancia
y tuvieron los ojos y el corazón llenos fuego,
salieron a la calle gritando de alegría.