Hoy celebramos nuestra última noche vieja de un año que nos zarandeó. Un año que clamo a la generosidad de nuestro ser. Venia con prisa, no nos dio tiempo para lamentaciones ni para lamernos las heridas. Dejo que la angustia, la violencia y la incertidumbre se plantaran en casa. Y esta de más mencionar las terribles acciones incitadas por el hombre en contra del hombre, ya nos lo decía el tío Sabines “que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la pequeña, el hombre se traga al hombre. Y por eso inventó -Dios- la muerte: para que la vida -no tú ni yo- la vida sea para siempre.” Y la vida en sus diferentes y hermosas variantes, se manifiesta en su debido tiempo, ni antes ni después, sino en su preciso momento. “Desde la aparición de la vida visible en la Tierra debieron transcurrir 380 millones de años para fabricar una rosa sin otro compromiso que el de ser hermosa, y cuatro eras geológicas para que los seres humanos sean capaces de cantar mejor que los pájaros y de morirse de amor.” Este año fue severo. Y hoy en su último día de existencia, pese que hizo todo cuanto pudo por llevarse más de lo que estábamos dispuesto a darle: seguimos conservando sin mancha nuestra esperanza. Es la que nos mantiene de pie. Mientras el ser ontológico del hombre no se someta a la voluntad de Dios, éste no dejara de actuar motivado por interese mezquinos que de manera irremediable solo le provocan soledad y vacio. Terminemos pues este año, con esperanza de que Dios se apiade de esta creatura suya, que no se aparte de nosotros en este nuevo año.
