Si nuestros padres hubieran visto las aventuras más desenfrenadas que hacíamos en nuestros campamentos quizás nunca nos hubieran dejado acercarnos al escultismo que se vivía en potrero nuevo. Cuando palabras como retos, pañoleta, velada, jefe, inquietaban tanto. Ahora viendo en retrospectiva con algunos, solo algunos años más, veo que la vida nos la comíamos a bocanadas, éramos en extremo aventureros y por demás confiados, pues sabíamos que no importará lo que hiciéramos teníamos la plena confianza de que Dios nos protegía. Cada aventura nos hacia vibrar y eso era tan satisfactorio, pues de una manera inconsciente, era constancia irrefutable de que estábamos vivos.